Cuando desaparecen los trinos

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Very Large Array (radio) Image of the Crab Nebula
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Hace un tiempo, cuando los niños aun soñábamos sin hambre, se podía escuchar el canto de los gorriones desde la ventana de mi habitación. Los árboles eran pequeños oasis, bastaba cruzar la calle para sentarse bajo la refrescante sombra y quedarse embelesado con el trino de los pajaritos que revoloteaban alegres entre sus ramas.  

En la colina cercana existía un antiguo bosque donde muchas noches, cuando el calor del verano era sofocante, subían las familias del pueblo a pasar la velada hablando, riendo y compartiendo juntos la vida. Recuerdo como jugaba con mis amigos encaramados a un centenario castaño, imaginando que éramos piratas y las ramas de aquel hermoso árbol los mástiles de nuestro veloz galeón. 

Ahora los árboles están en silencio. Los pájaros huyeron asustados, ¡dichosos ellos que tienen alas!

Algunas veces el infortunio avisa de su llegada. Yo lo supe cuando descubrí el miedo en los ojos de mi padre, supe que pronto vería alzarse frente a mí a los monstruos que los mayores se esforzaban en ocultar, los monstruos que —como decía el imán— todos llevamos dentro.

Muchos de los vecinos hicieron planes para huir, nosotros también. Pertrechamos el viejo Uaz ruso con lo imprescindible y emprendimos el peligroso viaje hacia la frontera. Pero no pudimos escapar; al sur y oeste los puentes del rio habían sido destruidos por los dragones de acero, el invierno temprano había cerrado los pasos de las montañas del norte y por el este comenzaba a escucharse los amenazantes murmullos de la desolación.

Al miedo siguió el terror, al terror la ira, a la ira la impotencia. Ahora solo existe el hambre, un hambre atroz que jamás me abandona, que me despierta cuando duermo y que ha sepultado incluso el sufrimiento que envejece mi alma. 

Hace una estación yo era el hijo menor, era un niño, tenía familia.

Es primavera y los árboles comienzan a despertar de este cruento invierno. Los pocos que quedamos somos ahora sombras de lo que éramos, siluetas recortadas escondiéndonos de las balas asesinas de los francotiradores, hambrientos esqueletos que comemos los brotes verdes de las hojas si aún seguimos vivos al caer la noche. 

Anoche emprendí la huída hacia el norte. No aguardaré por más tiempo la ayuda divina o humana ¡No queda esperanza entre las ruinas del averno! Conmigo viaja toda mi familia, en mi corazón, infundiéndome con su amor, valor y fuerzas. 




Comentarios

  1. Que todas esas familias logren amparo, respaldo, seguridad y aceptación, para que puedan alcanzar un buen destino. Nunca dejes la utopía, no tendría en que sostenerse la razón de vivir.
    Un abrazo inmenso, Ibso.

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  2. Mientras resuenen en el interior....algo se salvará.

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