Relatos jueveros: Erase una vez
Participación en los relatos jueveros. Conduce en esta ocasión Inma
Blanco que, desde su blog "Molí del Canyer",
nos propone escribir sobre cuentos infantiles pero con una trama diferente o un
final distinto.
Es un relato reeditado y no sé si se adapta a lo solicitado
expresamente por Inma. Juzgarlo vosotr@s.
Hoy si me pase un montón de las 350 palabras. ¡Mil perdones!
Hoy si me pase un montón de las 350 palabras. ¡Mil perdones!
¡Espero que os guste!
L
O S T R E S R E G A
L O S
Hacía
tres noches que la estrella había aparecido en el cielo, hacia el naciente, y
todos los eruditos del rey rebuscaban, perplejos, entre los papiros antiguos de
la gran biblioteca el significado de aquella refulgente presencia.
Para
Melchor, el gran sabio y primer consejero real, no era ningún misterio, no
necesitaba ningún manuscrito antiguo que le revelara su significado, la conocía
bien, llevaba cincuenta años esperándola, cincuenta años desde que la había
visto por primera vez.
Abrió
el cofre una vez más y contempló el regalo que le hizo el ángel, el tesoro que
lo había convertido en el hombre que era ahora, que lo había arrancado de la
miseria y del hambre y probablemente, de una muerte temprana.
En
aquella época Ctesifonte se había convertido en una ciudad sin ley, peligrosa
para los más desafortunados, para los sin techo que, como él, tenían que
mendigar por las callejuelas infectadas de ladrones y asesinos sin más
protección que su lastimera existencia. Melchor tenía entonces unos quince
años, era huérfano o había sido abandonado —eso nunca lo supo—, recordaba que
hacía dos días que no había probado bocado y aquella noche decidió subir a la
ciudadela a pedir limosna. Allí arriesgaba la vida si los guardias lo pillaban —la
pena por mendigar era la muerte—, pero no tenía otra opción, las fuerzas
comenzaban a fallarle y sabía que con aquel frío no aguantaría una noche más
sin un mendrugo de pan.
Pocos
metros antes de cruzar la puerta norte de la ciudadela le sorprendió el
griterío de una multitud procedente del barrio de los artesanos. Al mirar hacia
las casas que se apretujaban al abrigo de la muralla vio como una de ellas era
pasto de las llamas. Se acercó curioso. Muchos de los vecinos se afanaban
infructuosamente por controlar el fuego y evitar que se propagara a las casas
contiguas. Los gritos de pánico se mezclaban con el crepitar de las llamas y
entre todo aquel caos una súplica de auxilio sobresalía desgarradora:
—¡Mis hijos, por favor, salven a mis
hijos!
Dos
hombres sujetaban a la viuda para evitar que se lanzara a las llamas. El fuego
estaba muy extendido y nadie era capaz de reunir el suficiente valor para
arriesgar su vida por salvar a aquellos niños de lo que parecía una muerte
segura.
Melchor
se estremeció con la terrible angustia de aquella madre. Sintió que su sangre
le ardía en las mejillas por la ira de ver que nadie la ayudaba.
Sin
pensarlo dos veces se lanzó hacia el fuego y cruzó el umbral de la entrada poco
antes de que esta quedara bloqueada por las llamas. La estancia estaba
completamente llena de humo. Se tiró al suelo para poder respirar algo de aire
limpio y aguzó el oído en busca del llanto de los niños. No escuchó nada —estarán
ya muertos— pensó horrorizado pero siguió buscando, aún con más ahínco.
El
calor era insoportable.
Divisó
al fondo una puerta que conducía a otra habitación. Se arrastró hasta ella y halló,
ovillados e inmóviles en un rincón, los cuerpos de un niño de unos cinco años y
el de su hermana de pocos meses. Los asió cada uno con una mano y, reuniendo el
valor y las fuerzas que le quedaban, buscó una salida.
Por
un momento su ánimo resurgió al notar que ambos niños aún respiraban, para
volver a desesperarse al instante: No encontraba una brecha entre las llamas
por la que poder escapar.
Entonces,
parte de un muro se desmoronó y dejó un hueco lo suficientemente grande para
sacar a los niños, pero demasiado angosto como para escapar él. Tras poner a
salvo a los niños parte del techo cedió a la devastación de las llamas y se
desplomó a pocos centímetros de Melchor. No quedaba mucho tiempo, lo sabía —pronto
se quemaría vivo—, sin embargo se sintió tranquilo.
—Aunque
muera aquí —se dijo— me alegro de haber salvado a esos niños.
Levantó
la vista y miro al cielo a través del hueco del techo. Entonces, justo encima
de su cabeza, vio la estrella más luminosa que jamás hubiera visto. Su miedo a
morir quedó olvidado por momentos y se convirtió en estupor al contemplar a un
ser de luz que descendía de ella hasta quedar de pie frente a él.
—Melchor
—le dijo— Eres el hombre más extraordinario que he encontrado en este gran
reino. Hoy has demostrado no solo tu valor, sino la compasión que guía tu
corazón. Eres digno de este presente — dijo mientras depositaba en sus manos
una extraña caja—. Consérvala hasta que vuelvas a ver esta estrella, ella te
guiará hasta aquel que es digno de ser adorado. ¡Que la compasión te haga
sabio, que el valor te haga misericordioso! —Y desapareció junto a la estrella—.
En
ese momento el muro semiderruido terminó de ceder y Melchor quedó libre de
aquella tumba de fuego.
Un
paje entró en sus aposentos trayendo al sabio de nuevo al presente.
—Señor
—le dijo—. Todo está preparado tal como ordenó. ¿He de comunicar al rey
su partida?
—No
será necesario Simón. Saldremos esta misma noche siguiendo esa estrella. Quiero
saber hacia dónde va antes de informar a su majestad.
Por
supuesto que Melchor no tenía intención de decir nada de lo que sabía antes de
encontrar al destinatario de su cofre divino. La estrella continuaba su senda
inalterablemente hacia poniente y la comitiva siguió su estela.
Unos
días más tarde encontró en el desierto otros dos séquitos y a otros dos sabios
que, al igual que él, perseguían a la estrella: Gaspar de Armenia y Baltasar de
Mesopotamia. Pero lo que más le sorprendió fue que portaban cofres
idénticos y que habían sido, al igual que el suyo, un regalo de un “ángel”.
Ibso
Nota: La imagen que aparece en este post ha sido tomada de internet. El préstamo de este material lo hago sin autorización de su titular. No pretendo dañar ningún derecho reconocido a su autor, ni hacer un uso lucrativo de la misma y, si considera que no debe figurar en este blog, ruego me lo notifique a fin de retirarla a la mayor brevedad posible.
Una buena acción recompensada. Bonito cuento.
ResponderEliminarUn saludo.
Ha merecido leerlo , muy bonito y apropiado para las fechas que se avecinan , la conclusión de su lectura al menos para mi es que hay que salvar y poner aunque sea la vida en riesgo por las criaturas indefensas como son los niños .Aunque parezca mentira toda buena acción tiene su recompensa.
ResponderEliminarUn saludo y feliz semana.
Se te dan bien los cuentos. ¡¡Feliz Navidad!!
ResponderEliminarMuy bien narrado. Un cuento precioso.
ResponderEliminarUn beso.
Me encantó tu cuento, bello y simbólico, con la esperanza en lo más alto, confiando en la bondad de una humanidad que merece ser rescatada!
ResponderEliminarPrecioso.
Un fuerte abrazo
Me ha encantado esta versión de los tres Reyes Magos, me ha tenido en vilo como has contado el rescate de los niños. Precioso!
ResponderEliminarUn beso
Que preciosidad de historia!! Me gusta incluso más que lo que conocemos sobre los reyes magos porque tu has ido más allá. Un precioso cuento para las fechas que vienen, besos.
ResponderEliminarHermoso relato, muy original esta versión de los tres reyes magos. Toda buena acción tiene su recompensa, y es buen ejemplo humanitario.
ResponderEliminarSaludos
Y a ti, Ibso. Feliz Navidad y gracias por este cuento hermoso.
ResponderEliminarAbrazo grande.
Un precioso cuento en el que brillan los buenos sentimientos y nos despierta la ternura. Un beso
ResponderEliminarFeliz año nuevo, mi querido amigo. Que tu familia siempre esté muy protegida, unida y feliz, como tú.
ResponderEliminarUn fortísimo abrazo. Gracias. Que Dios siempre te bendiga, mereces todo lo mejor.
Un abrazo inmenso!!
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