El coleccionista de sueños (reedición)

Elizabeth limpiaba la casa del Sr. Guerra sin la prisa habitual, hoy podía entretenerse charlando más que de costumbre. Su hijo tenía excursión con el colegio y no regresaba hasta las seis.

—¡Ahhh...chissssss!

—¡Salud, Elizabeth! ¿No estarás otra ves con la alergia, verdad?

—No lo creo Sr. Guerra, seguramente es un poco de resfriado que he pillado en ese cuartucho al que mi casero llama piso semi-nuevo.

—Ten cuidado con esa caja, ya sabes que es mágica —le sonrió con un guiño de ojo— Y llámame Jonay que no soy tan viejo y nos conocemos desde hace tiempo.



D. Jonay vivía solo, no se le conocía familia, ni se sabía si algún día la tuvo. Era un hombre afable, hablador y que casi siempre estaba de buen humor. Tenía una pequeña tienda de víveres en el barrio de la que apenas sacaba para cubrir gastos y de la que, por supuesto, no vivía. Se rumoreaba que se había prejubilado siendo un alto cargo de uno de los bancos más importantes del país, con una paga tan elevada que no necesitaba trabajar y le daba, incluso, para tener asistenta de hogar.

Elizabeth conocía bien aquella caja. Estaba llena de cuartillas, algunas dentro de sobres dorados y, al fondo, un sobre negro cerrado. En una ocasión se le cayo cuando D. Jonay no estaba en casa, todo se había desparramado por el suelo. Sintió curiosidad y leyó algunas. Desde aquel día entre ambos se estableció un juego no declarado de complicidades en torno a aquel objeto y a su contenido.

—Usted es muy mayor para creer en la magia Sr. Guerra, perdón, Jonay.

—La magia no está en los objetos, está en personas como tú, mi querida Elizabeth.

D. Jonay cogió la caja de cartón y se aproximó a Elizabeth

—¡Siéntate, por favor! Tenemos que hablar.

Cogió el sobre negro del final y lo abrió, extrajo una cuartilla como las demás y se la entregó a su asistenta.

—Sé que siempre quisiste leerla. Tú formas parte de esto. Este fue el origen de esta afición que tengo y que me ha salvado la vida.

Elizabeth, sorprendida, cogió la cuartilla y la leyó.

—Es... ¡un sueño!, como las demás. Pero, ¿de quién? ¿Y por qué está en un sobre negro y no dorado?.

Jonay se había puesto serio de repente. Con voz temblorosa respondió:

—Porque a esta persona no podré ayudarla, está muerta. ¡Yo la maté!

DESPERTAR

El Sr. Guerra era uno de los directivos más importantes del banco. Se decía de él que era frío como un témpano de hielo, su ambición sin medida y su falta de escrúpulos lo habían llevado hasta donde estaba y no permitiría que nada ni nadie se interpusiesen en su camino. Se encargaba, entre otras cosas, de los expedientes de desahucio más complicados o que nadie quería.

Para describir su crueldad, los compañeros y subordinados solían contar la historia de una anciana a la que echo de su casa. Contaban que al morir su marido la pobre señora se había quedado con una mísera paga que apenas le alcazaba para comer. Por desgracia, aún debía al banco más de dos años de hipoteca de la casa donde había vivido toda su vida. Al no poder pagar las cuotas fue a hablar con Guerra.

—Sra. Adela debe usted pagar o perderá la casa. ¿No tiene nadie que le pueda prestar el dinero?

—Tenga compasión, no puedo dejar esa casa. Mi hijo no conoce otra dirección, si me echan no sabrá donde encontrarme. Él es lo único que me queda pero no sé dónde está. Tengo que quedarme, tengo que esperarle en esa casa.

—No entiendo bien lo que me dice Sra. Adela pero si no paga en dos semanas deberemos proceder al desahucio de su casa para subastarla y recuperar nuestro dinero. Le recomiendo que busque un lugar donde quedarse.

—Sr. Guerra, mi paga no me da más que para comer a duras penas, no puedo permitirme el lujo de vivir en alquiler. Apiádese de mí, ¡ayúdeme!.

—No puedo hacer nada Sra. Adela. Vaya a asuntos sociales, seguro que ellos podrán ayudarla.

La señora Adela, de 70 años, se quedó en la calle dos semanas después, sin que nadie hiciese nada, sin esperanzas. Sus peores pesadillas se hicieron realidad. La angustia de saber que el único vínculo que le quedaba con su hijo había desaparecido la llevó a la depresión. Sobrevivió unos pocos meses, comiendo en comedores de asistencia de Cáritas y durmiendo, cuando tenía suerte, en una cama del asilo. Murió en la calle, con la primera nevada de aquel año.

MORIR

D. Jonay fue adoptado. Sus primeros años de vida los pasó en un orfanato. Tuvo suerte, contaba ya con cinco años de edad cuando una pareja mayor que no podía tener hijos se fijó en él. Eran buena gente, humildes trabajadores que luchaban por salir adelante cada día, y querían compartir lo que les quedaba de vida con un hijo al que dar todo su amor y enseñar sus valores.

Pero desde siempre tuvo curiosidad por saber quienes fueron sus padres biológicos. Después de muchas dudas contrató un detective para que los buscara. Tras varias semanas de indagaciones el investigador entregó el informe a D. Jonay.

—Lo siento, Sr. Guerra, me temo que su madre biológica murió el año pasado. En el informe tiene todos los detalles.

Jonay leyó el informe del detective. Su progenitora fue una madre soltera que vino a trabajar a la gran ciudad desde su pueblecito. Aquí conoció a un desalmado del que se enamoró y la dejó embarazada. Este sujeto al enterarse la abandonó. Ella, sin trabajo, sin recursos y con solo 18 años no vio más salida que dar su hijo en adopción. Años más tarde conoció a su marido, la vida mejoró, tenía trabajo y habían comprado una casita. Intentó recuperar a su hijo pero ya era tarde, lo habían adoptado y el orfanato tenía prohibido dar los datos de los padres adoptivos. Solo pudo dar sus datos y su domicilio para incluirlos en el expediente, por si su hijo algún día trataba de buscarla.

Al Sr. Guerra le sonaba el nombre de aquella mujer y al leer la dirección que figuraba en el expediente del orfanato, y que al detective le había costado un buen soborno obtener, cayó en la cuenta.

Delante de aquel desconocido, el todopoderoso Sr. Guerra se desplomó en su sillón de cuero negro. Sus ojos se llenaron de lágrimas y el dolor rompió en mil pedazos su ego y sus sueños de grandeza: su madre era la Sra. Adela, aquella mujer a la que había desahuciado hacía un año.

 RENACER

Su existencia parecía haberse detenido. Seguía vivo, pero el dolor desbarató todos sus planes, convirtió sus sueños en pesadillas y arraigó en su corazón eliminando cualquier atisbo de esperanza. Se sentía culpable por lo que había hecho, no solo a la Sra. Adela, su madre, sino al resto de personas a las que había arrebatado sus casas y en muchas ocasiones, sus esperanzas. Y todo por defender los intereses del banco, de unos pocos desalmados que, como él, solo les importaba el dinero y el poder.

Jonay dejo el trabajo, se jubiló anticipadamente, su modo de vida se había vuelto vacío y sin sentido. Durante unos meses no consiguió levantar cabeza, se atiborraba a diario de antidepresivos, ansiolíticos, alcohol y a veces de algo más fuerte. Todo para intentar reconciliarse consigo mismo.

La fortuna o el destino quisieron que sus pasos se encaminaran un día hasta la casa donde vivió Dña. Adela. Recordó con amargura como ella quería esperarlo en ese lugar, estar allí para cuando él fuera a buscarla.

Lo decidió sin pensarlo, viviría en el que fue el hogar de su madre biológica lo que le quedara de vida. Quizás fuera irracional pero con su mente y su corazón sabía que no quería olvidarla, aunque ello le hiciera sufrir, esa sería su penitencia.

La vivienda era aún propiedad del banco, esos cabrones no habían podido venderla por la crisis; así que la compró.

Aún conservaba los muebles antiguos. En un ropero encontró, escondida en el fondo, una pequeña caja de cartón. Dentro había unas pocas cuartillas escritas del puño y letra de Dña. Adela. Leyó perplejo, sin entender demasiado que tenía entre las manos. Cada cuartilla estaba encabezada por el nombre de una persona y a continuación un pequeño párrafo donde se describía lo que parecía un deseo o un sueño. Había encontrado un tesoro, el tesoro de su madre, una extraña afición: coleccionar los sueños de otras personas.

—Quizás sea buena idea continuar con esta colección —se dijo— al fin y al cabo a mí no me quedan sueños y conocer los ajenos puede ser un pequeño consuelo que me dé algo por lo que seguir viviendo.

Supuso que las personas que figuraban en aquellas cuartillas tenían que ser, necesariamente, vecinos del barrio. Debía tener contacto con ellos, hablar con las personas que conocieron a su madre, descubrir en sus gestos, en su forma de mirar y de hablar, sus anhelos, sus esperanzas, sus sueños. Era bueno en eso, cuando trabajaba en el banco le sirvió para hacer clientes, ofrecerles el dinero para conseguir lo que deseaban, cobrando, eso sí, sus comisiones e intereses. Ahora le serviría para continuar con la afición de su madre.

Arrendó un local en los bajos del edificio y montó una pequeña tienda de comestibles.

—Todo el mundo compra algo de ves en cuando en estos comercios —pensó— y es un buen sitio para conocer a los vecinos.

Jonay había pasado de ser un tiburón de la banca a convertirse en un humilde tendero de barrio. Su vida, sin duda, había dado un giro radical.

 VIVIR

Aún recordaba el primer día que vio a Elizabeth, entró en su pequeña tienda a ofrecer sus servicio como asistente de hogar.

—Si sabe de alguien que necesite que le limpien la casa, le haga la comida o incluso para cuidar a una persona mayor —le había dicho a la vez que le entregaba un panfleto donde publicitaba sus servicios.

Jonay miró con detenimiento a la mujer. Por su acento, sus rasgos y su atuendo supo que no era española.

—Usted no es de aquí, ¿verdad?

—No, soy Indú, pero tengo mis papeles en regla. Necesito trabajar, tengo un niño pequeño que alimentar. Por favor, sabe usted de alguien que pueda necesitar mis servicios. ¡Ayúdeme!

Alguien volvía a pedirle ayuda. Habían pasado casi dos años desde aquel día en que vio a su madre por primera y última vez. Ahora había cambiado. Miró nuevamente a la mujer y con su mejor sonrisa le dijo:

—Mañana la espero en mi casa, está aquí mismo, en el segundo B, a las 10 de la mañana. El sueldo y los detalles los veremos sobre la marcha, ¿vale?

La mujer unió su mirada a la de Jonay, sorprendida por el ofrecimiento tan repentino. Devolviéndole la sonrisa le dijo:

—¡Muchas gracias!, aquí estaré... Por cierto me llamo Elizabeth.

—Yo soy Jonay Guerra, encantado.

...

Unos meses después sucedió el primer “prodigio”. Regresó a casa tarde y Elizabeth ya se había marchado.

—Que lástima —pensó— siempre es agradable hablar con esa mujer, me cae muy bien.

Se ducho, se preparó la cena y se sentó en su sillón frente al televisor con la caja de cartón a su lado. Cogió medio folio en blanco y escribió el sueño de uno de sus clientes del que había tenido conocimiento ese mismo día. Cuando se disponía a juntarla con las demás descubrió, con asombro, unos trocitos cortados en forma de triángulo e iguales. Los juntó, la cuartilla a la que pertenecía había sido seccionada con dos cortes diagonales en forma de aspa.

—¿Quién a hecho esto y por qué? —se dijo— Solo puede haber sido Elisabeth, pero, ¿que motivo puede tener ella para hacer esto? —Aunque le tenía mucho afecto a su asistenta su enfado fue considerable, aquello merecía una explicación, la cual no dudaría en pedirle al día siguiente.

Aquella era una de las primeras cuartillas, una de las de su madre. La volvió a leer:

 Bianca Silva
 Mujer de 24 años, brasileña. Obligada a trabajar como prostituta por una mafia de trata de mujeres a la que debe 23.000 €. Tiene una hija pequeña en Brasil a la cual utilizan para coaccionarla y amenazarla si delata a la organización.
 Sueño: Poder vivir en España con su hija, libre de la mafia que la esclaviza.

Al día siguiente, Jonay salió a pasear muy temprano. Tomó intencionadamente el camino hacia la calle donde Bianca solía ofrecer sus servicios. No la vio. Entró en un cafetín cercano y pidió un cortadito. No le gustaba el café, su intención era tener una excusa para preguntar por aquella mujer.

—Será mejor que te busques a otra amigo —le dijo el camarero—. A la canariña le pegaron ayer una paliza que casi la matan. Está en el hospital y no saben si saldrá de esta.

Jonay entendió entonces porque Elizabeth había roto la cuartilla de Bianca: su sueño se había quebrado como sus huesos. Entonces supo lo que tenía que hacer. Pasó por la tienda a poner un cartel de “cerrado hasta nuevo aviso”, dejó una nota a Elizabeth indicándole donde iba a estar e instrucciones para que le llevara ropa limpia; y se fue al hospital. Estuvo con Bianca tres días seguidos sin moverse de su lado, tres días que ella pasó en coma debatiéndose entre la vida y la muerte. Al cuarto día, milagrosamente despertó. Jonay ya se había marchado pero dejó una nota en un sobre cerrado y que le pidió a una enfermera que se la entregara.

La nota decía:

 Hay personas que merecen cumplir sus sueños, creo que tú eres una de ellas. 
 Aquí te dejo dinero para el pasaje de avión a Brasil, ¡tráete a tu hija! Y no te preocupes por tu deuda con esos cabrones, ya esta saldada. 
 Cuando regreses a España ve a hablar con el Sr. Guerra, tiene una tiendita de víveres en la calle Alameda, el te dará trabajo.
 Recupérate pronto y no vuelvas a perder tus sueños.

Firmado: El coleccionista de sueños.

Jonay no dijo nada a Elizabeth, ella le había dado las pautas para completar su colección de sueños. A las pocas semanas Bianca había empezado a trabajar con el Sr. Guerra en la tienda y se había instalado con su hija en el piso de Elizabeth. En la caja de cartón la asistenta descubrió el primer sobre dorado, dentro estaban los trocitos de cuartilla que ella había cortado. Por fuera Jonay había escrito:

Bianca Silva
Sueño cumplido

Los trozos de cuartillas y las posteriores cartas doradas se sucedieron en los años siguientes sin que Jonay o Elizabeth dijeran nada de aquel juego que ambos se traían entre manos. Jonay usaba en ocasiones su dinero y en otras sus influencias adquiridas en sus años en la banca (había mucha gente que le debía un favor) para ayudar a los que figuraban en las cuartillas cuando no se veían capaces de realizar sus sueños. El barrio prosperó más rápido y con más fuerza que en otras partes de la ciudad. La gente que vivía en él parecían estar siempre alegres, optimistas. Eran amables, se saludaban al cruzarse por la calle, no había casi delincuencia ni violencia entre sus gentes. Se rumoreaba que en aquel barrio todos los sueños se cumplían pero nadie supo jamás quien era el misterioso “coleccionista de sueños”.

—Hace años que se produce la magia en esa caja, mi querida Elizabeth —dijo Jonay tomando de la mano a su asistenta, a su amiga, a su ... — Pero aún no he descubierto cual es tu sueño, y mira que lo he intentado.

—Jonay, mira que eres tonto. Te lo voy a poner fácil —Elizabeth metió la mano en su bolsillo y sacó una cuartilla. Ruborizada y con la mirada fija en la de él se la entregó.

Jeray la leyó:
Elizabeth Sheila
Mujer de 45 años. Naci en la India en una de las castas más humildes. Huí de mi país con mi bebe, repudiada por el marido octogenario con el que mis padres me obligaron a casarse siendo una niña... Lo demás ya lo sabes.
 Sueño: Que tú me ames como yo te amo a ti.

Jonay se puso en pié, alzó a Elizabeth y estrechándola contra su pecho la beso con pasión. Luego cogió un sobre dorado y metió dentro, sin romperla, la cuartilla de la mujer que le había salvado la vida con su amor. En su anverso escribió:

Elizabeth y Jonay
Sueños cumplidos
Safe Creative #1011297962567

Fotografía tomada prestada del blog "FOTOARTE Cristina Faleroni".
Autor: Rucsandra Calin Pjotographer

Comentarios

  1. ¿Te querrás creer que casi aplaudo al final?
    Necesitamos los sueños, Ibso. Sin ellos, nos morimos, nos vencen, no somos. Pero tu relato lo expone mejor que yo. Es delicioso.
    Un abrazo.

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  2. Un autentico camino a la utopia. El personaje cambió a buscar sus origenes, salió de una frialdad, que no hubiese tenido de poder conocer su pasado. Y encontró su propio sueño, luego de cumplir los otros.
    Es para aplaudir.

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  3. Que historia tan bonita, ojala hubiese muchos señores Jonay. Necesitamos soñar como necesitamos que algunos sueños se cumplan. Realmente me gusto tu historia y la forma en que la has contado. Felicitaciones Ibso.
    Un abrazo.

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  4. Tuvo una segunda oportunidad, fue terrible que justamente él terminara prácticamente con su madre, favorablemente rectificó con su buena dosis de dolor y final feliz. Es una historia muy bien tramada y magníficamente escrita. Me encantó!
    Asunto arreglado, ya no tuve problema con tu blog, re oque si ha sido la música.
    Besos, Ibso.
    ps Hacías mucha falta... Gracias por tu regreso, en la velocidad que desees y puedas, pero no te vuelvas a ir.

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  5. Sueños cumplidos porque alguien fue poniendo su granito de arena. Tantas veces pensamos que en un mundo tan injusto nada se puede hacer. Una llamada a la esperanza.
    Besos

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  6. Las utopías si se luchan por ellas se hacen realidad, me pasó como a Isabel, casí me pongo aplaudir al final.

    Abrazote utópico, Irma.-

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  7. Hola, felicidades por tan bonito relato, sin duda los sueños son los que nos impulsan a a seguir el camino....
    Con tu permiso, me quedo por aquí.
    Un abrazo desde mi espacio "Barcos de papel".

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  8. Precioso relato, amigo Ibso, me alegra mucho que sigas estando por aquí, no importa que ya los hayas reeditado, lo que me encanta es que sigas estando, aunque vayas con más calma, tu presencia era necesaria en éste medio, gracias por volver y por quedarte en mi otro rincón, y haber participado con un precioso texto, muy agradecida.

    No dejemos de soñar, porque sin sueños somos un cero a la izquierda, necesitamos de ellos para sobrevivir con ilusión cuando las esperanzas están apagadas.

    Un precioso final.

    Un beso.

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  9. IBSO, como acabo de responderte allí en mi blog, pero quiero decírtelo también aquí, que, por supuesto que te puedes llevar las fotografías, no hace falta ni pedirme permiso, así como todos los que quieran llevarse "éstas joyitas cableadas" jajajajaja, además, es un placer, Ibso, que hayan sido inspiración para tus entradas, un honor para mí, y que me da energías para seguir haciendo fotos, aunque tengan montones de fallos.

    Gracias mil, por estos relatos que nos has dejado, preciosos regalos.

    Un beso.

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  10. ... y estaré pendiente de las entradas... no puedo perdérmelas, sobre todo, por haber sido inspiración de mis cableadas imágenes jajaja, gracias, otra vez, ibso.

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  11. Gracias a tod@s por vuestros comentarios.
    Estos relatos son un pequeño (y modesto) granito de arena en el camino a utopía. Creo sinceramente que un mundo mejor (o simplemente distinto) no surge de la nada. Se necesita abrir la mente, pensar en posibilidades, buscar posibles soluciones y probarlas, siempre con un horizonte de futuro de varias generaciones.
    Gracias de nuevo por conversar en el camino.
    ibso

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