Juventud, bendita juventud


Participación en el proyectos de Adictos a la escritura del mes de marzo. Temática del mes: "El desafío" 

El proyecto de este mes en Adictos a la escritura tenía dos fases. En la primera los participantes debían escribir una pequeña escena de no más de cien palabras. Tras crear parejas y intercambiarse las escenas, la segunda fase consistía en crear un relato siendo fieles a la escena inicial. Mi pareja para este reto literario es AnnSP, y esta es su escena inicial: 

A pesar de que el sol se había alzado hacía unas horas, el edificio aún seguía oscuro y frío como en la madrugada, desafiando al astro rey, que reinaba en todas partes menos en la Casa. La Casa, con mayúscula, porque el edificio de una planta, abandonado a merced del tiempo y el olvido, no se dejaba olvidar. Nadie sabía con certeza, un día los dueños estaban, al siguiente se fueron llevándose todas sus pertenecías. Menos la Casa. Nadie volvió por ella. Pasaron los años y el tiempo la fue masticando, pero jamás pudo tragarla.

 
Yashin conocía bien aquel edificio, de pequeño había jugado en el jardín de aquella casa abandonada situada a las afueras de su pequeño pueblo. Tenía fama entre los niños de estar habitada por fantasmas y sus amigos se retaban los unos a los otros, probando su valor, a ver quien se atrevía a entrar en ella y pasar la noche bajo su techo. Con el transcurrir del tiempo el temor dio paso a la curiosidad. Muchos fueron los intentos de penetrar en los misterios  de la vetusta mansión, intentos que siempre acabaron en fracaso; La Casa, además de estar cerrada a cal y canto, parecía protegida por una fuerza misteriosa que producía un extraño malestar en todo aquel que la tocara: los dolores de cabeza, los mareos y hasta una debilidad extrema fueron algunos de las dolencias que sufrieron Yashin y sus camaradas en cada una de sus incursiones.

Había pasado sesenta años desde que la viera por última vez. Ninguno de los que conocía entonces vivía ya. Sin familia, sin amigos, sin nadie que le recordara; sin darse cuenta se había convertido en una especie de fantasma cuyo pasado solo existía en sus recuerdos y cuyo futuro se le antojaba cada vez más incierto.


En el porche, frente a la entrada principal, Yashin permanecía inmóvil sin atreverse a llamar a la puerta. No deseaba estar allí, se sentía incómodo y nervioso por no saber que le esperaba al otro lado del umbral. Como agente inmobiliario era necesario visitar todas las fincas que pretendía vender pero, cuando aquel joven llamó a su oficina para solicitar sus servicios y le citó allí, se quedó confuso; ni siquiera sabía que La Casa estuviera habitada.

Se disponía a golpear la madera con aquella oxidada aldaba cuando, lentamente, se abrió el paso y asomó un niño de poco más de tres años.

—¿Está tu padre, chiquitín? —se apresuro a preguntar.

—Si no le importa, señor Yashin, llámeme Vólkovich, señor Vólkovich —fue la respuesta del niño—. Pase por favor.

La madurez y el aplomo de aquel pequeño fue tan impresionante para Yashin como lo que vio nada más entrar en La Casa: su interior no tenía nada que ver con la deteriorada fachada exterior. Los suelos del mármol más exquisito, techos abovedados pintados con hermosos murales, paredes llenas de tapices con bordados de hilos de oro y plata, pinturas de grandes maestros, molduras y capitales de columnas con complicados motivos florales y recubiertos con pan de oro; todo ello unido en un genial maridaje con la tecnología más puntera en climatización, iluminación, sonido, informática…

Yashin, que en un principio pensó que aquella propiedad sería muy difícil de vender, se frotaba las manos mentalmente con los beneficios que, por lo que ahora contemplaba, podría sacar.

—¿Por qué quiere vender su padre esta casa, sr. Vólkovich? —se sorprendió preguntando al niño.

—Esta casa es de mi propiedad, sr. Yashin —respondió el niño tranquilamente, mientras tomaba asiento en un confortable asiento frente a una inmensa chimenea de granito negro, y le hacía un gesto al cada vez más atónito vendedor para que le imitara, señalando otro butacón gemelo situado frente a él—. Y no es mi intensión venderla… ¡quiero regalársela!

Yashin se quedó sin habla; el niño se percató de ello pero continuó con toda naturalidad.

—Sr. Yashin, le conozco desde que era un niño. Lo se todo sobre usted: no tiene familia, ni amigos, ni relaciones estables con ninguna persona que le pueda echar de menos si desaparece un día de la noche a la mañana —Vólkovich notó cómo aquella última afirmación ponía nervioso a su acompañante, por lo que tomó disimuladamente un pequeño mando a distancia—. Es usted un candidato ideal para el trato que tengo que proponerle.

Yashin no entendía nada de lo que estaba sucediendo. ¿Cómo podía aquel niño ser el dueño de aquella mansión?¿Cómo podía conocerlo desde pequeño si apenas tendría tres años?¿Por qué quería regalarle aquella lujosa residencia y bajo que condiciones?

El niño continuó:

—Esta casa fue construida para esconder un tesoro que la humanidad lleva buscando miles de años: la fuente de la eterna juventud —Vólkovich hizo una pausa para que Yashin asimilara aquel dato en toda su magnitud—. Tengo casi quinientos años, pero, al contrario de lo que se piensa, la fuente de la eterna juventud no da la inmortalidad, más bien ralentiza el paso del tiempo rejuveneciendo al elegido aproximadamente un año por cada diez transcurridos. Quiero que usted sea mi heredero a cambio de cuidarme en mis últimos años de vida. Sr. Yashin, mi cerebro es cada vez más infantil y pronto no seré más inteligente que cualquier bebe. Si acepta el trato usted será enormemente rico y vivirá tanto como yo.

Tras unos minutos en los que Yashin barajó la veracidad de todo lo que había oído, le asaltó la duda.

—Dime, chico —se dirigió intencionadamente irreverente a Vólkovich—, ¿qué broma es esta?

Vólkovich no se inmutó.

—Sr. Yashin, entiendo su desconfianza. Sígame, por favor, y le enseñaré La Fuente.

En el sótano del edificio, tras pasar por unas medidas de seguridad que Yashin no había visto ni en las películas, llegaron a una cueva en cuyo centro se encontraba una pequeña y extraña piedra tan oscura como la noche y de la que se desprendía una extraña radiación luminosa.

—Aquí la tiene, pero no la toque o no tendrá que decidir nada —le advirtió el niño—. Creo que es un meteorito y, por lo que se, mucho más antiguo que este planeta.

Tras un largo silencio que ninguno se atrevía a romper, el sr. Vólkovich decidió terminar su exposición.

—Antes de que se decida —le dijo— he de contarle “las pegas”. Esta piedra solo concede “su don” a un solo ser vivo cada vez, es decir, si otro la toca, el don se traspasa y el primero muere en el acto. No podrá traspasar el límite de la parcela marcado por la cerca del jardín que tan bien conoce; es la frontera de influencia de la radiación de la piedra. Si va más allá, morirá. Por último, desde que toque la piedra será estéril, no podrá tener hijos y… —inspiró hondo recordando un profundo dolor— si algún día decide arriesgarse a amar a alguien, tendrá que soportar verla envejecer y morir.

Yashin seguía dudando.

—¿Y si digo que no? —preguntó con cierto temor.

—Nadie debe conocer este secreto fuera de estos muros —le advirtió Vólkovich—. En otros tiempos tendría que haberle matado, pero ahora mis recursos me permiten tener tecnología que la gran mayoría solo imagina. ¿Ve este pequeño mando? —le dijo levantando el aparato que había cogido disimuladamente mientras hablaban en el piso superior—. Es un aparato que produce una amnesia selectiva: borrara permanentemente sus recuerdos de las últimas veinticuatro horas. Pero debe decidirse ahora, paradójicamente me estoy quedando sin tiempo y no le daré una segunda oportunidad.

El sr. Yashin meditó en silencio durante unos minutos. A sus sesenta y cuatro años, el peso de la edad había comenzado a debilitarle. La soledad y la apatía eran los grilletes de su existencia. ¡Pero ser joven otra vez! ¡Joven y rico! ¿Qué tenía que perder?

—¡Trato hecho, sr. Vólkovich! —y se agachó para estrechar la mano del niño. Momento que este aprovechó para colocarle una extraña pulsera.

—¿Qué es esto?

—Nuestro vínculo —le dijo maliciosamente indicándole una idéntica que el mismo se había colocado y aclaró—: son pulseras explosivas activadas con el pulso, si uno de los dos muere, se desactivan. No podemos estar separados más de quinientos metros. ¡Una pequeña precaución por si decide arrepentirse!

—Está bien, me parece justo. Pero dígame una última cosa: ¿cuánto tiempo debo cuidarle?

—Como le dije, hasta que muera, dentro de unos treinta años o… ¡hasta que tú me mates!

Vólkovich vió cómo aquella última afirmación perturbaba profundamente a Yashin. Conocía bien la naturaleza humana y sabía que la idea se le había pasado por la cabeza a su invitado.

—Debes saber una última cosa —continuó, con una tierna sonrisa en la cara—: la piedra solo funciona con nuestra familia... Bastará con una muestra de tu sangre para la clonación.

ibso
Fotografía tomada prestada del blog "FOTOARTE Cristina Faleroni".

El relato de AnnSP aquí.

Comentarios

  1. Dista de ser un regalo, tiene muchos inconvenientes.
    Dificilmente pueda conocer a alguien de quien enamorarse si no puede salir de la casa.
    Y es dificil que alguien se llegue a una casa que tiene fama de tener fantasmas.

    ResponderEliminar
  2. Pues yo creo que alguien con recursos podría sacarle partido a eso.
    ¡Qué buena historia, Ibso!

    ResponderEliminar
  3. Quedo muy bueno! El nene asusta un poco

    ResponderEliminar
  4. Coincido con AnnSP, el niño asusta, y no me ha parecido un trato justo. Bien narrado, me ha picado la curiosidad desde el primer momento, si bien el tercer párrafo me ha confundido el tema de las edades.

    Se te has escapado algunas "s", como en La madurez y el aplomo...

    Besos.

    ResponderEliminar
  5. Que extraño se ve que un niño tan pequeño le regale una casa a un anciano XD
    Uhm, a ninguno de los dos se le ocurrió que el otro podría morir de viejo antes de que el "niño" muera de joven.
    La historia está muy bien y lo único que noté raro en la forma es que a veces el trato es de tú y a veces es de usted.

    ResponderEliminar
  6. ¡Cuanta imaginación, Ibso! Me gustan mucho los relatos interesantes y bien estructurados.
    Yo, que soy una anciana y que me encantaría volver a ser joven, nunca aceptaría vivir tantos años y saber que se repiten una y otra vez, todas las guerras, las injusticias y los errores de los seres humanos.
    Te felicito por tu prolifera imaginación: Doña Ku

    ResponderEliminar
  7. Gracias a tod@s por vuestros comentarios.
    He añadido un par de párrafos al final. Creo que así se entenderá mejor el relato.
    ¡Gracias por conversar en el camino!
    ibso

    ResponderEliminar
  8. Si alguien tiene la idea de cambiar el mundo y hacerlo para mejor, tiene tiempo para hacerlo.
    Un saludo

    ResponderEliminar
  9. Ciencia ficción de la mejor. Ha merecido la pena esperar para poder leerlo. Muy bueno.

    ResponderEliminar
  10. Me ha parecido fascinante la historia, pero no me imagino querer ese tipo de vida. Un beso y felicidades por una historia tan original

    ResponderEliminar
  11. Menudo yuyu que da el "niño"... yo no habría aceptado ni loca XD

    ResponderEliminar
  12. *-* ¡¡¡GENIAL RELATO!!! Lleva la intriga desde el principio, está narrado perfectamente, además de que es una historia muy bien ideada, también debo confesar que igual que Tania, yo pensé en qué pasaría si el anciano muere antes que el niño, ¡Se arruina todo el plan! :D ¡Un abrazo!

    ResponderEliminar
  13. Un relato muy interesante y buen montado al que no se le escapa ningún detalle de ese curioso detalle. Me ha despertado mucha curiosidad. Un beso!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares